Cuando la lengua ha agotado su capacidad para expresar, el cuerpo busca auxilio en su versión más animal. Y es que el lenguaje nada puede hacer por ninguna soledad. Ni la poesía. Y es que la palabra no me sana como el aullido primitivo. Como el rugido original. Como ese verbo oxidado por cadenas. Aquel castellano cristalino: honesto, venenoso y letal.
Entonces grito una vez, grito dos veces y luego una más.
Y, luego, cuando me canso de gritar, respiro profundo.
Y luego vuelvo a comenzar.