Sunday, October 07, 2007

MAÑANA

Un poquito más manso, mientras la angustia me abandona y poco a poco vuelvo a creer. Entonces, sí, supongo que es mi culpa.
Supongo que mañana recapacitaré.

Saturday, October 06, 2007

Ficcionario

Te balanceabas sobre mi cuerpo. Entre los pliegues nocturnos del cansancio. Con tu lengua diminuta, acariciabas cada poro cuidadosa, dibujando con la punta de tu culpa la trama irregular del amor. Dejando a tu paso el sedimento de un deseo entrecortado. Ahogado por la razón. Tatuada para siempre por palabras entredichas, jamás cediste al gemido, empeñándote a mordiscos en escapar a la confesión. Y, sin embargo, palpitaba toda tu biología. Y, sin embargo, mientras la humedad nos recorría, la carne recuperaba la temperatura perdida durante el accidente. Las jornadas sin justificación. Y entonces el olvido llegaba para quedarse, para enredarse en nuestras piernas, disipando toda angustia y reduciéndonos de nuevo a la fe. A la fe en el acto de fe. Hasta que caías dormida entre mis brazos, mientras yo te atestiguaba, leyendo entre líneas el sonido lento de tu respiración. Y entonces la oscuridad nos ocultaba para amplificar nuestra presencia. Para confundirse con mi voz. Para dejarnos empuñando vacíos, con las manos torpes, mientras la verdad y la mentira invadían, tal vez sin quererlo, nuestra habitación. Entonces yo también cerraba los ojos para acompañarte en el secreto. Para cuidar contigo ese silencio. Pero entonces se acercaba la mañana. Y con ella el frío. Y con el frío lo inevitable. Y despertábamos, con el amargo sabor de la certeza clavado entre sábanas y labios. Trasnochados por la carencia. Desvelados de circunstancia. Conservando, aún, en la otra orilla del lenguaje, las sílabas necesarias para describir algo distinto a la resignación.

SS STAR

Se le escapaba a la muerte manteniendo los ojos abiertos. Bien abiertos. Mirando fijo a un punto cualquiera sobre el suelo, sobre el cielo, sobre cualquier eventual lienzo que sirviera como telaraña para enredar los pensamientos que se precipitaban, sin piedad, sobre su cuerpo. Sobre un hombre demasiado hermoso como para soportar su peso. Entonces se entregaba al silencio. Para buscar la palabra exacta y así poder domar la turbulencia con la lengua. Porque, como él mismo lo decía, si la vida no se agarra con palabras, tendré que hacerme poeta. Entonces masticaba angustia y caminaba. Describiendo la belleza del incendio y la nobleza de la mierda. Eligiendo la sílaba definitiva, el verbo perfecto. Marcando, con la cadencia de sus pasos, la ortografía de la decadencia.

Su amigo esperaba el fin del mundo con las manos en los bolsillos y un cigarrillo entre los labios. Aguardando el estallido con los sentidos aguzados por varias noches en vela. Pero no una vela amarga. Más bien, por un lúcido insomnio que se repetía, cuadro a cuadro, entre canciones, imágenes y páginas. Infinitos alimentos para un alma que se masturbaba sin dar un peso por la carne que la sostenía. Que se cansaba. Que no le importaba mucho porque no le importaba nada. Porque el tiempo pasa y la historia, igual, hace de los hombres su carnada.

Entonces juntos deambulaban, perdiéndose a propósito entre calles y avenidas para luego perderse de nuevo en el camino de vuelta a casa.

Porque igual la puerta está cerrada.

Y nosotros muy cansados como para abrirla a punta de patadas.