Saturday, October 06, 2007

Ficcionario

Te balanceabas sobre mi cuerpo. Entre los pliegues nocturnos del cansancio. Con tu lengua diminuta, acariciabas cada poro cuidadosa, dibujando con la punta de tu culpa la trama irregular del amor. Dejando a tu paso el sedimento de un deseo entrecortado. Ahogado por la razón. Tatuada para siempre por palabras entredichas, jamás cediste al gemido, empeñándote a mordiscos en escapar a la confesión. Y, sin embargo, palpitaba toda tu biología. Y, sin embargo, mientras la humedad nos recorría, la carne recuperaba la temperatura perdida durante el accidente. Las jornadas sin justificación. Y entonces el olvido llegaba para quedarse, para enredarse en nuestras piernas, disipando toda angustia y reduciéndonos de nuevo a la fe. A la fe en el acto de fe. Hasta que caías dormida entre mis brazos, mientras yo te atestiguaba, leyendo entre líneas el sonido lento de tu respiración. Y entonces la oscuridad nos ocultaba para amplificar nuestra presencia. Para confundirse con mi voz. Para dejarnos empuñando vacíos, con las manos torpes, mientras la verdad y la mentira invadían, tal vez sin quererlo, nuestra habitación. Entonces yo también cerraba los ojos para acompañarte en el secreto. Para cuidar contigo ese silencio. Pero entonces se acercaba la mañana. Y con ella el frío. Y con el frío lo inevitable. Y despertábamos, con el amargo sabor de la certeza clavado entre sábanas y labios. Trasnochados por la carencia. Desvelados de circunstancia. Conservando, aún, en la otra orilla del lenguaje, las sílabas necesarias para describir algo distinto a la resignación.

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