Fragmento
Sus pupilas acariciaban las siuletas y las sombras, los rincones y los hombres, que se derretían por igual en una radiografía imprecisa que insinuaba, entre sus manchas nocturnas, que algo vivía. Que entre el asfalto y la biología, algo gemía. Entonces sufría de entraña mística. De llevar el infinito en el estómago y un reloj de cuerda en la muñeca. El vacío en la garganta y las palabras para matarlo justo en la punta de la lengua.
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