Máquina Incompleta Imposible Real
El camino del deseo es siempre incierto. Un apetito labrado con promesas. Con sápidas rutas de un placer anticipado. Degustado pero nunca satisfecho.
Una mirada. O dos. Una palabra. O ninguna. Las voluntades se burlan de sí mismas al reducirse al gesto. Al someterse al dictamen de ese otro que también se manifiesta, inevitable, a través de todo nuestro cuerpo.
Esa máquina incompleta y colectiva. Siempre revelada ante el ritual. Ante la imposibilidad de conjugar. Ante la incapacidad de convertirse —en toda su compleja naturaleza— en el verbo animal.
El juego nos pone en juego. Nos convierte en alguien más. En ese otro que aparece, que se mueve y que se escapa, que se muere y que se mata —para finalmente resignarse— a través del ritmo insospechado (pero siempre sospechoso) del amar.
Ese objeto que nunca es camino ni destino.
Una mirada. O dos. Una palabra. O ninguna. Las voluntades se burlan de sí mismas al reducirse al gesto. Al someterse al dictamen de ese otro que también se manifiesta, inevitable, a través de todo nuestro cuerpo.
Esa máquina incompleta y colectiva. Siempre revelada ante el ritual. Ante la imposibilidad de conjugar. Ante la incapacidad de convertirse —en toda su compleja naturaleza— en el verbo animal.
El juego nos pone en juego. Nos convierte en alguien más. En ese otro que aparece, que se mueve y que se escapa, que se muere y que se mata —para finalmente resignarse— a través del ritmo insospechado (pero siempre sospechoso) del amar.
Ese objeto que nunca es camino ni destino.
Que es tan solo caminar.
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